VOCES NEGADAS

El Congreso no escucha a los ciudadanos. Si no consultarlos, debiera recoger sus opiniones. Existen métodos. Debiera leer las encuestas, que las hay verosímiles. No debiera esperar a que la población grite, a voz en cuello, en calles y plazas, sus pareceres, aceptaciones o rechazos.

Al elegirlo no se le ha dado un cheque en blanco, para que haga y deshaga lo que mejor le parece, de espaldas a la opinión pública, casi en secreto, sino para que represente a ésta.

Que las encuestas digan que la población lo rechaza en forma mayoritaria debiera ser mérito suficiente para que reconsidere sus acciones o, de persistir en ellas, para que abdique y permita su renovación, dado que habría perdido representación.

No debiera esperar a que la población, al no ser escuchada, literalmente quiera sacarlo por la fuerza.

Pero, claro, eso fuera de esperarse en un congreso que participa de los principios de democracia representativa, soberanía de la voluntad popular, origen popular del poder político, autoridad legítima.

No es el caso, al parecer. Nuestro congreso sabe, desde que asumió, que la mayoría de la población lo rechaza. No hace nada, sin embargo, para revertir esa situación. La ignora, simplemente.

Ahora sabe —lo dicen las encuestas, la opinión pública, las opiniones de autoridad, los medios de comunicación—, que más del 80 por cierto de la población quiere su renuncia.

Saber eso debiera ser suficiente, en realidad, para que renuncie. No debiera esperar que ese 80 por ciento salga a las calles a decírselo a viva voz.

Pero, no hace caso a las encuestas. Y no hace caso a la población que, al no ser escuchada en su voz moderada, se ve obligada a gritárselo en las calles.

Y no hace caso, aun, cuando los gritos en las calles desbordan, generan excesos, tanto en la protesta como en el ejercicio de la autoridad.

Su impavidez es tal que no hace caso, incluso, cuando, al gritárselo a viva voz, para ser por fin escuchados, algunos ciudadanos ponen en peligro su integridad y su vida, expuestos a los oportunistas, a los infiltrados, a los delincuentes, a los inescrupulosos, a los sociópatas, que se las arreglan para camuflarse en la movilización, cívica por antonomasia.