1991: EL LEVANTAMIENTO DE LOS AMARILLOS

 

En mayo de 1991, cuando cursaba el cuarto año de secundaria en el colegio San Marcelino Champagnat de Cajamarca, llevábamos el curso de religión, con un profesor egresado de la ODEC, organismo del obispado que forma a los docentes de educación católica. Este profesor, nos enseñaba de todo menos la vida Cristo o sobre las Sagradas Escrituras, pero sus clases eran muy interesantes, incluso una vez llegó a contarnos historias de OVNIS, y hasta nos invitó a observar una supuesta aparición de ellos una tarde en la Plaza de Armas. Obviamente no vimos nada.

De pronto, los directivos del colegio, tomaron la decisión de cambiarlo, porque habían contratado a otro profesor, aunque no con la especialidad de religión otorgada por la ODEC. Como los diálogos con el profesor que iba a ser cambiado eran incluso revolucionarios, nos convenció que se trataba de una injusticia. Nos reunimos un grupo de compañeros para analizar qué podíamos hacer desde nuestra posición como estudiantes.

Así, un lunes a la 1 de la tarde (el turno de la secundaria siempre fue en la tarde), estábamos todos formados en el patio del colegio para iniciar la jornada del día, esperando las indicaciones del subdirector y el auxiliar, pero de pronto, Joe Mantilla de quinto año, Jorge Hernández, Hugo Benzunce y yo de cuarto año nos apoderamos del micrófono para dirigirnos a la formación, o sea a las 14 secciones de primero a quinto año de secundaria.

El primero en hacer uso de la palabra fui yo, expuse lo que estaba pasando en el colegio: iban a imponernos un profesor sin experiencia y sacar a otro que cumplía con todos los requisitos, “como alumnos debemos hacernos respetar y no aceptaremos la imposición de un docente al que quieren favorecer” señalé. Luego Koky y Joe animaban a los alumnos a aplaudir y hacer arengas “No a la injusticia”.

El siguiente en hacer uso de la palabra fue Hugo Benzunce, quien completó el discurso anunciando una frase que jamás olvidaré. “Desde este momento declaramos al colegio tomado por los alumnos”.

De inmediato el auxiliar, el profesor jefe de OBE, Hernán Muñoz y el director Julio Villanueva salieron a quitarnos el micrófono y a conducirnos a la dirección; pero nosotros seguíamos tercos delante de la formación gritando que nadie pase a sus salones “todos en el patio en señal de protesta”.

El auxiliar Max Castro ordenó a primer año de secundaria pasar a sus aulas, en fila de uno, pero se resistían a desfilar, por lo que Castro sacó una palmeta a la que llamaba “La Rockera” para amenazar con golpearlos para que obedezcan la orden y así lo hicieron; en el segundo piso vi cómo algunos compañeros de otras secciones sacaban las carpetas de los salones y las colocaban en los pasillos cerrando el paso de los directivos y auxiliares, todos gritaban arengando el paro estudiantil, en otras secciones ingresaron pero cerraron las puertas trancándolas con carpetas o colocando seguro para que nadie entre.

Los cuatro insurgentes salimos a la calle para buscar ayuda, fuimos a la casa del profesor Segundo Chávez Carranza, para pedirle su respaldo: nos la dio; luego visitamos algunos medios de comunicación como TAMSAT (hoy TV Norte) para que nos entrevisten sobre la protesta que habíamos emprendido. Al final de la tarde era hora de explicar a nuestros padres de lo que había ocurrido, y de la alta posibilidad que nos a expulsarían del colegio por revoltosos.

Al día siguiente los cuatro llegamos con nuestros apoderados para ver cuál iba a ser nuestro fututo, sólo nos dijeron que esperemos en la dirección, porque habían iniciado una reunión de emergencia los directivos, profesores y la Asociación de Padres de Familia. Pasó más o menos dos horas, y el director nos llamó. Lo único que nos dijo fue “pasen a sus salones”, caminando hacia el mío me encontré con el eterno presidente de la APAFA, Cesar Casas, quien nos dijo “No se preocupen, todos estamos con ustedes. No les va a pasar nada”.

Lentamente caminamos a nuestro salón en el primer piso, sin saber cuál iba a ser la reacción de nuestros compañeros. Al tocar la puerta, nos abrió la profesora de Historia del Perú Tarcila Muñoz Espino, quien pidió a nuestros compañeros que nos aplaudan y feliciten. Así pasamos entre aplausos a nuestras carpetas, yo me sentaba en una de las primeras filas.

la profesora dejó por un lado la clase del día y emitió un discurso que más o menos parafraseo: “quiero felicitar a sus compañeros, porque están demostrando que siempre deben exigir que se respeten sus derechos, acá en el colegio y en todas partes. Aplausos para sus compañeros”.

Al final cambiaron al profesor de religión, entró el nuevo docente al que nos opusimos, se hizo gran amigo nuestro y ahora es uno de los más empeñosos en las actividades del colegio y reconocido por su entrega e identificación con Champagnat.

Jaime Herrera.