FUI, SOY Y SERÉ UN SOLDADO DE LA VIRGEN MARÍA

Por corriente familiar, desde muy pequeño fui católico practicante, involucrado hasta más no poder con la iglesia, a los 8 años ya era acólito de la iglesia Catedral, he acompañado a las misas con el hábito rojo, que heredé de mis hermanos mayores, a curas como los padres Mundaca, Perales y Miguel Garnet. No me perdía una sola misa´. En mi casa ya todos me decían que iba a ser cura, aunque nunca estuvo en mis planes. Claro, cuando me casé, muchos de ellos se decepcionaron.

Durante las misas que acolitaba, veía a un grupo de chicos muy “chévere”. Cantaban en el coro de la misa y al final salían al atrio a conversar animosamente, los escuchaba planificar paseos, campamentos, actividades sociales, tareas de ayuda social y más. Dentro de mí decía “quiero ser parte de ese grupo”. Una tarde después de la misa de Corpus Cristi que acolité me decidí ir a buscar a alguno de los “jefes” de la Legión de María, pero me equivoqué y hablé con los seminaristas que también estaban reunidos, uno de ellos me derivó con un tal “Gibe”.

Días después lo contacté, le dije que quería ser parte de ese grupo alegre y carismático, pero me dijo que era demasiado chico (tenía 12 años), y los grupos son más para jóvenes o adultos, pero que podría ir a visitarlos los domingos a las 7:15 de la noche en el salón, que hoy es la secretaría de la parroquia. Ese mismo domingo, después de la misa de las 6 de tarde estuve allí esperando. Hasta que empezaron a llegar los integrantes del presídium, Madre de los Jóvenes, MADEJO para los amigos, del que Gibe, Gilberto Gallardo, era presidente.

Todos me saludaron sorprendidos. La mayoría tenía de 16 años para arriba, pero me recibieron con gusto. La primera prueba rezar el rosario casi gritando, pero mostrando con convicción cada Padre Nuestro y cada Ave María. Imagínense 15 muchachos rezando lo más fuerte que podían. El coro de rezos se escuchaba hasta la esquina de la Plaza de Armas, y no exagero. Cada que podía abría los ojos mientras rezaba y veía a un Jaime Bazán rezar moviendo la cabeza sintiendo cada palabra que decía; o a un Fernando Romero pronunciando con cuidado cada palabra, para que el significado coincida con la entonación; a Jhon Alcalde, empuñando las manos fuerte o el fervor que sentía Carlos Ruiz “Floro” en cada una de las oraciones ajustando los párpados. Todos rezaban con mucho ardor, y eso me conmovió.

Después del Rosario, se desarrollaba una agenda muy bien planificada y meticulosamente disciplinada, con oraciones intermedias y al final, todos debían informar de las tareas hechas en servicio a la iglesia durante la semana que estaba terminando y se comprometían a las que deberían cumplir la entrante, haciendo al final una bolsa de horas de servicio, sumando las que cada uno de los legionarios cumplía. “Cuánto compromiso” me decía. La parte final era una de las más entretenidas, se llama “Asuntos varios”, donde se hablaba de todo un poco, como por ejemplo de la parte social. Se acerca el cumpleaños de fulanito, o la mamá de sutanito está delicada y hay que ver qué hacemos o quizá organicemos un paseo. Fue ahí donde se acordó que, habiendo ya otro Jaime, para evitar la confusión me deberían llamar Jaime H, por mi apellido Herrera, y en el mejor de los casos “H” a secas, que es como muchos me conocen hasta ahora.

Quise comprometerme lo más que pude, estaba en casi todas las comisiones: ir al asilo a ayudar a los ancianos, participaba del coro, me incluí en los grupos de estudio (para reforzar las clases), ayudaba en la conducción del programa que teníamos en Radio San Francisco y seguía siendo acólito. Hasta que Gibe y José Julio Estela me cuadraron. “¿cómo vas en los estudios? La próxima reunión nos traes la libreta, y si estás mal sigues en el grupo, pero ya no harás trabajos, el tuyo será estudiar”, afortunadamente no era mal alumno, aunque tampoco era el mejor de la clase en Champagnat, y puse seguir comprometiéndome en todo.

Como estudiaba en las tardes, los martes y/o jueves por la mañana íbamos al asilo, en ese entonces en Amalia Puga, hacíamos limpieza, ayudábamos con el aseo de los abuelitos y les dábamos de comer, si es que tenían alguna discapacidad para hacerlo; pero lo más importante era escucharlos. A un adulto mayor lo que más le alegra es que alguien lo escuche. Lo aprendí ahí.

Los viernes en la tarde, cuando estaba de vacaciones nos reuníamos en la casa de los hermanos Alcalde (Jhon y Fernando) para preparar el programa “Cenáculo de Oración”, lo teníamos todo preparado; algunas lecturas, oraciones y mensajes que cada uno tenía que leer rezando una decena del rosario, nosotros mismos llevábamos nuestro long play de música instrumental para acompañar el programa, pero como me parecía algo no muy adecuado en una radio juvenil, pensé en cambiar el formato, lo propuse y me aceptaron, le pusimos el nombre de “Testimonios y reflexiones”. Contábamos un caso referente a un tema de actualidad (ficticio o real) y luego dábamos nuestros puntos de vista, siempre ligado al amor de Dios y a la virgen María, nuestra madre. Jhonny Araujo y yo, nos habíamos adueñado del programa y creo que tenía su público.

Pero lo que más me gustó del grupo, era que se trataba literalmente de una hermandad, todos estábamos pendientes de todos, si alguien tenía un problema nos juntábamos para ayudarlo a solucionar o al menos le hacíamos saber que no está solo, y si alguien tenía algo que celebrar también ahí estábamos. La consigna de “a Jesús por María”, era hacer las cosas por nuestros hermanos siguiendo el ejemplo de la bondad de la Virgen Santísima, y eso se me quedó muy grabado.

Pero la comisión que más me gustaba era el coro, y es que ahí ya no sólo éramos el grupo de mi presídium, sino el de otros, entre ellos algunos grupos femeninos. La hermandad se hacía más grande, y todos teníamos algo en común: solidaridad, carisma y fraternidad, tal como la iglesia y la virgen María lo motivaba con los discípulos de Jesús, cuando éste había muerto y resucitado. Las reuniones no faltaban y mi circulo social se había hecho más grande, era un círculo del que hoy estoy eternamente agradecido, porque pese a que muchos de ellos siguieron caminos distintos, hasta hoy mantenemos el sentido de la hermandad, y nos ayudamos en lo que tengamos a nuestra disposición. Es un compromiso.

Podrán decir que la Legión de María, es uno de los grupos católicos más dogmáticos, y quizá sea cierto, pero lo que nadie podrá negar, es que ha sido la base para muchos de los que de allí salimos para formarnos como personas de bien…

Jaime Herrera